Estimable
biopic que se sustenta principalmente por unas fantásticas actuaciones
La vida, obra y contradicciones de Marilyn Monroe son de
sobra conocidos por todos, pero, desgraciadamente, han estado poco explotados
en el cine. El debutante Simon Curtis nos propone una película con cierto
regusto a telefilme (al fin y al cabo está financiada por la BBC); que deambula
a través de una historia con no mucho que contar, pero que, gracias a un buen
trabajo actoral y unos diálogos notables, ayudan a desarrollar una película que
no pasará a la historia, aunque ni mucho menos dará al espectador la sensación
de haber perdido el tiempo en el cine.
Infinita es la lista de elogios que se merece Michelle
Williams por su actuación, que nos permite conocer a la verdadera Marylin, a
esa Norma Jean que tan mal lo pasaba mientras dejaba imágenes para la historia,
quizás infantil y demente, pero que, como se desprende de la película, tenía un
talento especial para enamorar a la cámara, y al público. También magnífico el
siempre excéntrico Kenneth Brannagh, al que le encaja perfectamente la figura
de Lawrence Olivier: el actor (él sí que reconoce que sobreactúa y que el cine
no es lo suyo) que usa la gracia divina de Marilyn para volver a triunfar,
mientras lidia con una mujer celosa (Viviel Leigh, aquí Julia Ormond) y un
grupo de compañeros (las correctas Judi Dench, Emma Watson, entre otros) más
dispuestos a caer rendidos ante la belleza de la actriz que sus directrices.
El film avanza de
forma notable, entre bromas ligeras y guiños al cinéfilo, por una primera mitad
en la que Curtis se permite algunos alardes posmodernos (grabaciones en
diferentes formatos) que ayudan a la fluidez del filme; mientras que al final
se ve sometido al yugo de la historia sentimental entre Marilyn y Colin (Eddie
Redmayne, que sin ser insustancial, es deslumbrado por el resto del reparto)
grabada de forma casi manufacturada y donde se nota demasiado que la producción
viene de parte de una televisión.
Nota: 7’25 (sobre 10)
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